miércoles, 1 de abril de 2015

Santa Semana

La Semana Santa de nuestra infancia debió ser realmente Santa. Nuestros abuelos nos ordenaban a encarcelar las travesuras cuanto menos desde el Viernes de Dolores hasta el Sábado de Gloria. Tal vez nunca lo conseguían, pero al menos lo intentaban.

Y eso que desde el Miércoles de Ceniza ya querían que guardásemos compostura total. Las más de las veces terminaban cediendo con un plagueo, que por cierto también les estaba prohibido por ser días santos.

Durante siglos los católicos cumplían a rajatabla la “vigilia” todos los viernes, entendiéndose esta como la abstensión de comer carne. Se cuenta que quien estableció esta ley eclesiástica fue el Papa Nicolás I durante su papado entre los años 858 y 867.

Era un pecado mortal hasta que en 1966, el Papa Paulo VI, autorizó a romper la vigilia de todos los viernes del año.

No obstante, en muchas familias católicas, la tradición se mantuvo durante un largo periodo posterior -quizás durante la década del '70- porque había gente que se rehusaba a pecar comiendo carne un viernes.

Actualmente la ley eclesial solo rige para evitar comer carne el miércoles de ceniza y el Viernes Santo. Muchos consideran que consumir carne el Viernes de Dolores equivaldría a hacerlo el Viernes Santo.

Pero en estos tiempos de auge de la alimentación saludable, comida sana, dietas, etc. mucha gente ya no considera ningún sacrificio dejar de comer carnes rojas, durante varios días de la semana. Con volverse vegetariano uno puede extender la abstinencia carnívora a todos los días del año.

¡Cómo echamos de menos hoy el poroto peky, manteca quesú, borí borí blanco, tallarín viudo, arroz quesú, fideo mbaipy y otros platos de los viernes sin carne de nuestra infancia!

La prohibición de comer carne se ha vuelto relativa e innecesaria. Quizás una cuestión automática. Y aunque alguien lo hiciera, tal vez la pena ya no sería ir derechito al infierno.

Otra santidad de la Semana Santa de nuestros abuelos era la difícil tarea de reunir todos los ingredientes para el chipá, única comida permitida en un Viernes Santo.

Era un largo y penoso proceso, un sacrificio que comenzaba por revocar el tatakuá y ponerlo a punto semanas antes. Seguía con arrancar la mandioca y preparar el almidón; desgranar el maiz y llevarlo al molinito rojo a mano; sacrificar el cerdo y extraer la grasa; obligarle a las gallinas a que pongan huevo y guardarlos en bolsas de sal para que se conservaran; añejar el queso en sobrados colgados de los techos y parraleras...

¡Cuánto sacrificio para un día de ayuno!

Hoy la cuestión es más sencilla y moderna: bacalao con garbanzos y sanseacabó. La chipa es solo para acompañar y una tradición bien paraguaya que se mantiene.




Fuente: abc.com

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